Caminábamos aquel día de mayo con rumbo a nuestras casas como siempre, después de salir de clases Silvia, Ricardo, Daniel y yo. A mitad del camino te encontramos a ti, venias en bicicleta. Nos presentaron y siempre tuve la sensación de haberte conocido en alguna otra parte, aunque para ser sincera, jamás pude recordar dónde o si es que realmente te había visto antes. Toda esa tarde me quedé pensando en ti, al día siguiente también y al otro igual. Así que decidí tomar cartas en el asunto, citarte y decirte que me gustabas y mucho. Nos abrazamos y desde ese día empezamos una corta relación para mi mala suerte un poco extraña.
Empezaste a visitarme en las tardes y la primera vez que me llamaste por teléfono me emocioné tanto que, por andar brincando de gusto, tropecé con el ventilador y hasta al suelo fui a dar. Sobra decir que lo quebré y cuando trataba de arreglarlo noté manchas rojas en el plástico, busqué extrañada en mis manos y descubrí que las yemas de mis dedos sangraban. Qué pasó? Al momento de caer, agarré la cabeza del ventilador para tratar de sostenerme y como éste estaba prendido, metí los dedos y las aspas me cortaron aunque la cosa no fue nada del otro mundo.
Esas serían las primeras heridas que tú me causaste.
Siempre sentí que no tenías para mi un sentimiento fuerte, el que se requiere para una relación. Siempre todo fue raro. Y el día en el que ya me mataba en tremendo accidente y traía tremendo chipotazo en la frente, tres de los cuatro braquets en mi boca estaban despegados, que hasta al principio pensé que me había tumbado los dientes, la nariz boluda por el trancazo, el párpado herido, raspado el codo y la rodilla y no fuiste ni para preguntarme cómo estaba! Nada que yo no supiera ya.
En el baile del estudiante de la prepa me la pasé muy bien contigo. Bailamos toda la noche así bien arrejuntaditos y sentí que nada más éramos tú y yo en el mundo. Creo que en algunas ocasiones ni siquiera estábamos siguiendo el ritmo de la música sino el nuestro.
Pero qué poco me duraría el gusto....
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